Madrid no es como Texas, ni como el Sáhara, ni está surcada
por líneas de alta tensión sobre viejos postes de madera. Tampoco suelen verse tormentas de arena ni pueblos fantasmales y si, por casualidad, encuentras un
rincón vacío a altas horas de la madrugada o notas en la piel el picor del
polvo acumulado en el aire, lo percibes enseguida como algo artificial,
hiriente.
Dicen que hoy la acumulación de partículas en el aire es
cuatro veces mayor que la máxima permitida, pero desde aquí dentro no lo
parece. Desde aquí dentro una madre sostiene a su hija en brazos y le cuenta el
cuento de La Sirenita
mientras espera el autobús. Me pican la piel y los ojos y peleo con cremas de
farmacia para no sentir que yo también puedo estar volviéndome polvo, que yo
también voy dejando un reguero de células muertas en parte como el cuento que
termina, como la descendencia que termina. Llevados en una nube de tormenta que
nunca descarga aquí, porque esto no es como Texas.