Un día aparecen en la orilla rojizas, silenciosas, medusas.
Y la playa se convierte en una cacería de tentáculos marinos. Bajo el sol de
mediodía se ven niños con redes y madres que guardan sus capturas en botellas de plástico: amasijos de diez, treinta, cincuenta medusas agonizantes se reparten por la playa hasta donde alcanza la vista. Un trasiego interminable entre la arena y el agua. Una limpieza incansable hasta que por algún
azar un niño tropieza, le da una patada a una botella y vierte las medusas
sobre la arena, cerca de la orilla, en el límite mismo del agua. Allí donde llega el oleaje como una lengua que
lo devuelve todo al estómago del mar.