Creo que sigue aquí por la música y por los
chavales que cada tarde saltan al mar desde el malecón. Mantiene la compostura,
la mirada serena, el pelo blanco a lo garçon y un librito cuya lectura
interrumpe cada vez que el griterío de los chicos se incrementa o alguna ola bate
con fuerza en la escollera. En contra de lo que piensa Sofía, yo creo que ya no
espera a nadie, y mucho menos a otro mulato que le remueva el mambo como pretenden la mayoría de las turistas que cada
lunes recalan en los hoteles de esta ciudad de jineteros con más hambre que
alma, y con oficio suficiente como para hacer bailar el corazón más precavido
al son que ellos le marquen.