viernes, 2 de noviembre de 2007




Raíces.
Órgano de las plantas que crece en dirección inversa al tallo, carece de hojas e, introducido en la tierra o en otros cuerpos, absorbe de estos o de aquella las materias necesarias para el crecimiento y desarrollo del vegetal y le sirve de sostén.

Las plantas de raíces profundas suelen conocer al detalle su espacio vital, y lo aman, porque ellas saben muy bien que no hay paisaje más hermoso que el que vio nacer a una planta bien enraizada. Tener raíces está lleno de ventajas. No hay viento –no importa de dónde venga- que las arranque del sustrato que con tanta eficacia las protege. Cualquiera de ellas podría decirte sin dudarlo dónde está el norte, cuánto durará el frío, o la noche. Y nunca, nunca, se equivocan.

Hay, sin embargo, plantas con raíces débiles. Estas plantas son vulnerables a ciertos huracanes, que desafortunadamente, pueden arrancarlas de cuajo, e incluso en los peores casos, hacerlas volar como un pájaro a varios kilómetros de distancia. El comportamiento más común ante tal adversidad, será intentar enraizar de nuevo en otros cuerpos, normalmente sin éxito, ya que es entonces cuando están aún más indefensas ante nuevos vientos que las vuelvan a arrastrar, incontroladas, más y más perdidas, hasta el borde mismo de la muerte, porque como todo el mundo sabe, las plantas no están hechas para volar.

Sólo unas pocas, pero muy pocas de ellas, durante alguno de esos dramáticos torbellinos sufren un extraño fenómeno de transformación. Es muy difícil verlo, pero si prestan atención podrán observarlo por sí mismos. Sucede cuando alguna de ellas, casi al final de su vegetal existencia, descubre un nuevo placer en cada giro, distintas bellezas en otros horizontes, o incluso nuevas maneras de apuntar al norte. Les comienza a resultar fácil interpretar los cambios de dirección del viento, o el significado de sus humedades. Es entonces cuando las hojas se vuelven plumas, las raíces minúsculas, patas, las flores, pico y finalmente, mueren como plantas para nacer como pájaros.

Este raro tipo de pájaro es, a decir verdad, el más hermoso de todos. Ama volar y vuela las distancias más largas, como quien busca algo perdido. Sabe esquivar bien los halcones que intentan darle caza, no en vano es la envidia del resto de aves. Conoce todos los valles, aunque a ninguno lo llama hogar. Siempre canta, por supuesto, pues la suerte le sonríe, y nunca, nunca anida.

Tampoco suele bajar al suelo. Cuando lo hace –sólo en caso de necesidad-, corre el riesgo de toparse con algunos miembros de su antigua especie, o peor aún, recordar sus antiguas raicillas allá lejos, en aquel cálido valle. Y puede ser que entonces, de tanto mirar al suelo así, el alma verde latiéndole en los ojos, descubra una ramita escondida, como aguardándole.

Y si eso sucede, tal vez la tome en el pico y la suba a un árbol, el más alto que nunca hayan visto, muy, muy cerca del cielo. Allí le podrán encontrar tejiendo un nido, sólo allí.

Allí desde donde se contemplen todos los horizontes.

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