La llaman La Bóveda Celeste pero no por su color (dirías tú), sino por su ser relativo al cielo. Desde su interior parece más oscura y no se distinguen bien los símbolos que a modo de estrellas dejan pasar la luz. Ecuaciones matemáticas sobre fondo casi negro, casi imperceptibles. Día de sol y frío en esta ciudad en la que aún permanezco.
Que no sea color celeste (y falte tu dedo señalando), o que no sea más que una cúpula que alguien ha puesto en pleno Retiro; que no la hayas visto o que no te piense en algún lugar, celeste también, porque tú no quisiste que te pensara, no me vale hoy de mucho. A veces, ya ves, caigo en la tentación de hablarte y de hacerlo mirando al cielo (permíteme la desobediencia), olvidando aquel polvo inconsistente que derramé al pie de una encina cualquiera cuya ubicación no quise recordar y no recuerdo.
Era lo que tú querías (lo sé bien), solo que dentro de lo que nadie jamás quiso. Dentro del empeño y de la rabia (siempre disfrazada), del valor (a veces débil), y de la imposible despedida (qué decir). Más adentro que aquellas mismas raíces, sucede que, seis años después, vengo a decirte que no quedaste allí, en aquella tierra. No todo se extinguió ni se quedó en silencio, sino al contrario. Vengo a decirte que con el paso del tiempo existes.
Así con los cambios y las rutinas, con las ideas y los males existes. Con forma de recuerdo pero también como sangre, piel, acto. A veces una página, una firma con un nombre que sigue tan vivo como todo lo que ocurre en este trozo de mundo que, testarudo, parece que aún quisiera llevarte la contraria, hombre clavado en su cama. Sobra cualquier cielo para decirte que no todo terminó para siempre y que puede que nunca termine (qué remedio). Será que hasta en eso la vida nos lleva la contraria.
4 comentarios:
qué hermoso texto
ya lo estaba esperando
otro año
(love)
Me sigues emocionando cada 10 de enero.
Un beso.
Este año he tardado en llegar a la cita. Soy fatal para los aniversarios.
Pero sigue siendo hermosa.
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