domingo, 21 de octubre de 2007


Hoy me apetece pensar que la nada me posee, por fin.

Y se crecen los espacios que guardo
entre yo y las cosas,
pertenencias que ostento
en la distancia.

Llamémoslas equis.

Me gustan más así.

Te hablo, si quieres,
de unas alas de libélula prestadas,
de una invasión de sabios vanguardistas
apuntalando el alma
(llegaron despacio, eso sí),
de una malformación en las pisadas,
también,
por qué no.

Por qué no si tampoco me pertenece,
si ya no me lo pregunto
si sé,
que las corrientes engendradas en mi pelo
se lo llevan todo,

la decadencia
tardía,
la decencia
inmunda,
los clavos
suicidas,
los parches
vencidos.

A veces me como las palabras, y no lo digo

(a veces enciendo un cigarrillo)

A veces, sin querer, pierdo un pasaje,
me dejo el cuaderno de notas
-en cualquier estación-
me voy olvidando el corazón.

Y es sólo por ver
si alguien lo encuentra.

Quisiera ser tu predilecta almohada
donde de noche apoyas tus orejas
para ser tu secreto y ser las rejas
de tu sueño: dormida o desvelada

ser tu puerta, tu luz cuando te alejas,
alguien que no trató de ser amada.
Huir de la ansiedad que está en mis quejas,
poder a veces ser lo que soy, nada,

no tener nunca miedo de perderte
con variación y honda infidelidad,
jamás llegar por nada a concederte

la tediosa y vulgar fidelidad
de los abandonados que prefieren
morir por no sufrir, y que no mueren.

Silvina Ocampo

Y quizá consista en cosas sencillas,
un beso
una caricia
o un gesto que desarme.

He vuelto a olvidar que por fuera soy de carne.

Olernos
las espinas de la vida,
casi todas.

Probar,
el sabor de la sangre y romper,
sin tregua,
para ser vistos,
ciegos
aturdidos
caóticos
colgados
miserables
desterrados.

Yo no quiero envolverme en papel de regalo.

Y si apareces, nos bajaremos de tí y de mí
y de todas
y cada una
de las tragedias,

para poder preguntarnos por qué
y tener una buena respuesta.