sábado, 26 de julio de 2008


Encaramada en lo alto de cualquier cima. Auspiciando descensos de desigual tamaño casi tan fugaces como la suerte que le pasaba de largo una, dos, mil, la encontré por error. Me quedé con ella por vago.
Cortaba el pan como si fuera un brazo, su brazo, escondida en la cocina. Lo dejaba en trozos pequeños y blancos a su derecha. Casi no podía ver su cabeza. La espalda le terminaba en un único enjambre de pelo, quieto sólo en apariencia o hasta donde alcanzaba mi vista, luego extendía los brazos y los hacía girar como una hélice. Yo entonces respiraba aliviado, me reía, pensaba que algún día echaría a volar y con alivio me acercaba a por uno de aquellos pedazos de pan, le soplaba en la nuca y aleteaba como ella. Creo que ella también reía, y que, de alguna manera, bailábamos.
Recuerdo que aquello ocurría a menudo, pero si lo pienso, cada vez menos.
Si lo pienso bien, tengo la calle, la puta, la loca, mi memoria. De poco le importaba mi dinero ni su cuerpo. Tú no pasaste de largo. Tú no te quedaste por vago. Tú estás aquí como yo porque al contrario no te existo, mi suerte instalada en tí a intervalos sincronizados. Encendido, apagado.
Encendido: sus pies como helados de nata que sólo andan de puntillas, y no dejan rastro.
Apagado: el primer beso del lunes por la tarde con tres días de asco.
Encendido: su música y su silencio preciso. Sus gritos cuando hacíamos guerras de agua en el baño.
Apagado: todo menos la farola de una calle en fin de semana.
Encendido más allá de una selva de babas. Las borro, las limpio. Mastico panes de miga blanca entre sus pechos para que duerma, para que no se despierte. Sueño por ella con cosas aburridas y absurdas que no le cuento. Imagino otra ciudad, otro pacto. Sueño que existe cuando no está conmigo y que soy yo el que regresa a casa. Sobre la mesa un mantel limpio, ella está descalza y espera que le sople para bailar conmigo de espaldas. Puedo ver su cara en los azulejos, y ríe. Sé que por fin le he desenredado el pelo y que ninguno de los dos está durmiendo, y se acaba el sueño. Enciende los ojos y se abren las farolas. Me los regala para que la deje existir, pero esta vez no la dejo.
Dijo que fui yo quien estrelló sus ojos contra el suelo y los hizo rotos. Apagado.
Todavía me debe muchas cosas. Ser menos sincera que yo y más estúpida. Un pacto ridículo que nadie firmaría y un brazo que debería haberse cortado con el cuchillo que empuñaba cuando fingía reír. Cuando me hacía creer que podía andar sin dejar rastro. Seguramente estará ahora encaramada en cualquier cima, arriba y abajo su suerte, aunque ahora un poco más abajo, lo sé bien. Me aseguré de romper todas las farolas aquella noche, para que no tuviera donde esconderse.

domingo, 20 de julio de 2008



Hoy se ha puesto el sol en Madrid





He conseguido llegar a tiempo





Y aun así, no me ha dicho nada.


jueves, 17 de julio de 2008



Si yo fuera un caníbal devoraría con hambre inmensa el tiempo que comienza

justo aquí llega hasta allí

no llora no se desencadena.

Abriría una boca capaz de este mundo y lo tragaría y lo haría descender hasta el mismo centro de mi estómago y todo entonces desaparecería.

Todo estaría oscuro.

(o algo nuevo se estaría gestando)

domingo, 6 de julio de 2008


O puede que huir

¿qué más da?

Probemos.