miércoles, 15 de diciembre de 2010




- Al menos tú no sabes lo que es el hambre.

Sus manos temblaban menos al rodear la taza de café hirviendo. Hirviendo hasta abrasar. Afuera el otoño había decidido arrancar todas las hojas de la ciudad. Oscurecer su gris implacable.

Yo no sabía lo que era el hambre.

- No. Claro que no.

Tomábamos café siempre que su estómago lo permitía. Café solo, taza mediana, sin azúcar. Decía que el amargor que le dejaba en la lengua prolongaba el placer durante horas, que no tenía remedio. Me miraba fijamente mientras lo decía: placer. Pla-cer.

Se aseguraba de que entendiera que una vez fue un hombre joven. Pero era inútil: yo jamás lo entendería.

- Aquella miseria de guerras y mendrugos de pan. Tú eres de la generación de la nevera llena, de las oportunidades. Tenéis información, libertad. Podéis elegir quiénes sois y qué queréis. Pero andáis confundidos.

A su espalda, la ciudad había desaparecido por completo, arrastrada por el aire. En su lugar no quedaba más que un desierto. Saboreé el café. Tuve miedo.

- Al menos tú no sabes lo que es la confusión.

Le miré fijamente pero era inútil: él jamás lo entendería.