martes, 30 de diciembre de 2008



Monet agoniza sobre el radiador. Ya no hay más tiempo. El lago del este soporta un crepúsculo sereno y fantasmagórico. No es quizá la mejor despedida. Ninguna lo es, pero, bien mirado, tampoco hay un adiós en esto.

Monet no me gusta, ni tú.

No es cuestión de paisajes ni de trazos. Me gusta la paz de lo propio y la carne en la boca de lo ajeno. Nada personal, por eso invito a Frida para el próximo año, porque mirando sus lienzos vivos se me antoja un pulso de cuerda que tal vez nombre con rigor algún mes de los que vendrán por delante. Retratos gruesos o niños con calaveras. Algo que recordar y que no esté encharcado.

Te expulso de aquí dos días antes. Primero cumpliré mi servidumbre contigo y haré diagnóstico terminal de tu paso (dijiste plazo, mejor). No voy a escaparme quédate tranquilo. Enferma estoy de ti aunque desaparezcas y vuelvas con otro nombre y otro cuadro, una pila de años amontonados en láminas satinadas de las que me río desde la tumba por adelantado. No soy tú, y hago lo que me dictes. A veces me peleo contigo y te doy puñetazos en el pecho ese que te imagino porque no te acabo de poner rostro. Luego me calmo, ya lo sabes, y caigo en un sueño profundo. Supongo que no soy la única y no te importa, así que déjame arrancarte un poco antes. Te sobra reino para cederme esta victoria.


domingo, 30 de noviembre de 2008


Propongo que no demos ninguna foto por vencida. Hagamos lo siguiente:
elegir la música, por ejemplo,



Apagar la luz del techo, beber algo, cruzar las piernas sobre el asiento.

Hacer clic en la carpeta donde archivamos todo,

desde


hasta


Mirarlas una a una fijamente. Lo que hay dentro y lo que hubo fuera del marco. Tragar un sorbo de vino si la herida se resiente, dar paso a las lágrimas que afloren, tocarnos los labios con los dedos.

Elegir de entre todas quince o veinte.

Volver a poner la música, y con ella, dejar que desfilen. Repetir. Dejar que hablen y cambien y revivan. Sigan escuchando. No tengan miedo.

Al poco seguro que descubren su ritmo.

lunes, 24 de noviembre de 2008


El vacío que observaba me dejaba verle los huesos. De nuevo se mecía como si fuera a lanzarse, como si dudara de la espesura del aire que la rodeaba. Un aire ni gris ni blanco cogido entre las costillas que se le iba creciendo y mezclando. Que se le imponía mansamente.

 

I. Mientras respiraba.

Nunca la había visto tan desnuda. Ahora era una columna arqueada, dos hombros horizontales, una especie de matorral de marfil igual que cualquier esqueleto de libro de anatomía. Posición: sentada. La mandíbula sobre la rótula derecha. Los huesecillos alineados de los dedos se cruzaban sobre la tibia para mantenerla en equilibrio. Según la invadía aquella nada, aumentaba el contraste de una estructura que siempre había estado ahí, entre mis manos. Me sentí algo ridículo y traicionado. Yo mismo, inevitablemente, me deshacía como ella.

En cierto modo me hacía gracia.

II. Verla.

Aunque no quedara ya ni un rastro de carne, ni labios, ni pelo. Aunque la vida se me deshuesara sin quererlo, tuve suerte. Pude ver lo que hacen las cosas invisibles con los cuerpos. Después de aquello ya no he vuelto a ver nada.

No diré que desapareció porque sé que no es cierto
y sin embargo.

Decir que volaba hubiera resultado demasiado fácil.

domingo, 9 de noviembre de 2008



Es mi aliento lo que empaña esta noche
la luna menguada
sus paseantes
lo que no impide la música.

Es mi mano la que tiembla por mi frío
la que habla por mí

cuando acaricia y castiga
cuando es menos mía
y se detiene
por aquellos que se besan tras un vaho
que desprendo para nadie
que azul
tan breve
y aun perdido existirá

irá a parar a alguna parte
.


martes, 21 de octubre de 2008



Habita en la calma un cuerpo que ya
no es el tuyo sin piel
que tocarte
ni mezclar sin figura en el agua
en los márgenes
garabatos que apenas parecen algo
tal vez batallas allá fuera
el olor del mantillo arenando los dedos
húmedo
profundo
vertido a un desagüe
que no durará demasiado.


miércoles, 15 de octubre de 2008


Había algo entre las ruinas.


Definitivamente,

lo había.

domingo, 28 de septiembre de 2008



Puede que septiembre empuje las hojas más muertas
y me atasque en las venas su voz
su frío
el pulso maldito
de tanto negarlo
y dejar que su sombra se quede conmigo.

lunes, 15 de septiembre de 2008



No voy a decirlo. Para qué. Ya no hay azúcar y la nariz me sangra. Pensarás que no importa que se apaguen dos o tres luces, que la cena estaría fría y poco hecha. No se te oye la voz si no es grave solo aquí, fuerte, el dedo presionando. Alguien gritará si yo se lo pido. Se acumularán los coágulos.

Nada que oír. Nada que sacar de tu estómago. Nada que explicar ni que perdones mis culpas ni tú qué sabes. Si asomaras la cabeza quizá, y no lo digo. Que a mí no me sirve tu hambre. Que a tí mi sangre te recuerda al frío en otra parte fría pero tú. Gente acorralada en un océano de hielo al que les han llevado. Hablarte de sed y miedo al agua para qué. Comprobé la falta de altura del sitio en el que estoy sentada. El vacío siempre me rebosó los platos.

domingo, 31 de agosto de 2008



El ahora que se lame los atrasos no sabe aún con qué palabras.

Habla de un mar que llegaba más lejos
que se dejaba tocar el lomo tibio que allá
su mano abrigada
metida
entre dos medios
los dedos brillaban, dice, y calla.


Parece triste, pero el alma.

Se le siguen clavando los amigos y no sabe de inventarios este ahora no cifra
días
ni noches
ni distancias.

Este ahora no quiere guardar los trazos que le colman la saliva. No andará ningún cementerio. Dice que un papel salvó a su misma carne y que vivirá todo y que podrá verlo y amparado en un retoño anticipado a su tiempo dice que seguramente llorará. O eso espera.

Las magas de otras tierras le contaron que los vientos de poniente traen un frío húmedo.

Se reblandecen los miedos y los hierros
y el invierno será asaltado
y atravesará
este Madrid
de un ahora que no piensa moverse.


Su voz no le llega más allá de la garganta pero vuelve.
Corre todo lo que le dan los brazos. No descansa.

Ahora mira atrás y adelante con pasmo y no le alcanza cómo
decirlo
tanto
y más que un regreso.

Un círculo abierto.

Mundo inesperado.

lunes, 25 de agosto de 2008

Hay paraísos donde la vida no se perdona, y aun así se celebra.



Donde la caña de azúcar es amarga y se hiende a machete.




Y no te llevo y tú me sonríes y yo miserable más miseria que tú, mi panza llena de langosta tuya, tú el bocadillo el caramelo el lápiz. La suerte.




Y si esperas, saldrá la luna en los palmerales




Y verás orillas que todavía



Y hasta cuándo no sé

cómo
regatearte una esperanza.

domingo, 24 de agosto de 2008



Olvida los océanos inciertos no sirven

corazón pescado podrido boqueando
en la arena y las algas

y la ventura

gana el horizonte más largo

criaturas hostiles y tú
tú caminando
en medio de un mar
no te cubre

olvídalo

que sólo dura un instante
olvídalo que la sal
comienza

a endurecerse dentro

estratos de vida lastrando

eterna

sólida

deshabitada.


lunes, 4 de agosto de 2008



Cuánto nos costó comprender lo que mata el miedo

(la salvación, mírala, salta adelante)

que la vida no se encierra en un puño
que nada nos va a librar de las lágrimas ellas solas
llorándose a sí mismas
pensándose ¡ay dolor!
y felices

y que todo tiene que irse hasta tú
que te empeñas en volver

y tanto que costó

(qué será lo que falte, me pregunto
para que nada termine).


sábado, 26 de julio de 2008


Encaramada en lo alto de cualquier cima. Auspiciando descensos de desigual tamaño casi tan fugaces como la suerte que le pasaba de largo una, dos, mil, la encontré por error. Me quedé con ella por vago.
Cortaba el pan como si fuera un brazo, su brazo, escondida en la cocina. Lo dejaba en trozos pequeños y blancos a su derecha. Casi no podía ver su cabeza. La espalda le terminaba en un único enjambre de pelo, quieto sólo en apariencia o hasta donde alcanzaba mi vista, luego extendía los brazos y los hacía girar como una hélice. Yo entonces respiraba aliviado, me reía, pensaba que algún día echaría a volar y con alivio me acercaba a por uno de aquellos pedazos de pan, le soplaba en la nuca y aleteaba como ella. Creo que ella también reía, y que, de alguna manera, bailábamos.
Recuerdo que aquello ocurría a menudo, pero si lo pienso, cada vez menos.
Si lo pienso bien, tengo la calle, la puta, la loca, mi memoria. De poco le importaba mi dinero ni su cuerpo. Tú no pasaste de largo. Tú no te quedaste por vago. Tú estás aquí como yo porque al contrario no te existo, mi suerte instalada en tí a intervalos sincronizados. Encendido, apagado.
Encendido: sus pies como helados de nata que sólo andan de puntillas, y no dejan rastro.
Apagado: el primer beso del lunes por la tarde con tres días de asco.
Encendido: su música y su silencio preciso. Sus gritos cuando hacíamos guerras de agua en el baño.
Apagado: todo menos la farola de una calle en fin de semana.
Encendido más allá de una selva de babas. Las borro, las limpio. Mastico panes de miga blanca entre sus pechos para que duerma, para que no se despierte. Sueño por ella con cosas aburridas y absurdas que no le cuento. Imagino otra ciudad, otro pacto. Sueño que existe cuando no está conmigo y que soy yo el que regresa a casa. Sobre la mesa un mantel limpio, ella está descalza y espera que le sople para bailar conmigo de espaldas. Puedo ver su cara en los azulejos, y ríe. Sé que por fin le he desenredado el pelo y que ninguno de los dos está durmiendo, y se acaba el sueño. Enciende los ojos y se abren las farolas. Me los regala para que la deje existir, pero esta vez no la dejo.
Dijo que fui yo quien estrelló sus ojos contra el suelo y los hizo rotos. Apagado.
Todavía me debe muchas cosas. Ser menos sincera que yo y más estúpida. Un pacto ridículo que nadie firmaría y un brazo que debería haberse cortado con el cuchillo que empuñaba cuando fingía reír. Cuando me hacía creer que podía andar sin dejar rastro. Seguramente estará ahora encaramada en cualquier cima, arriba y abajo su suerte, aunque ahora un poco más abajo, lo sé bien. Me aseguré de romper todas las farolas aquella noche, para que no tuviera donde esconderse.

domingo, 20 de julio de 2008



Hoy se ha puesto el sol en Madrid





He conseguido llegar a tiempo





Y aun así, no me ha dicho nada.


jueves, 17 de julio de 2008



Si yo fuera un caníbal devoraría con hambre inmensa el tiempo que comienza

justo aquí llega hasta allí

no llora no se desencadena.

Abriría una boca capaz de este mundo y lo tragaría y lo haría descender hasta el mismo centro de mi estómago y todo entonces desaparecería.

Todo estaría oscuro.

(o algo nuevo se estaría gestando)

domingo, 6 de julio de 2008


O puede que huir

¿qué más da?

Probemos.

jueves, 19 de junio de 2008


Otra vez la misma voz
qué bonito sería
desde algún piso cercano.

Otra vez
la misma música prestada
enciende el silencio
que
acaba de dejar la lluvia.

La cordada de notas
va ascendiendo hasta
tu recuerdo

diría que puedes adivinarlo

es más

diría

que allí donde estés
tú también estás cantando.

Y qué bonito sería.

martes, 17 de junio de 2008


Y si nunca terminan de romperse

los elásticos de piel

que te clavan al muro sigues

tirando y lo demás

ya sabes

se agrieta

y repiquetea

y si otra vez

te desertaste

la cabeza hincada en los hombros

y bajando

plomo tragado contenido y si no

se te renueva el aire y te quedas anclada

en el empeño y aun así

no te muere la fragilidad

hasta que llegue el día

en que

te hayas

muerto

tú,

qué esperabas.

lunes, 9 de junio de 2008


Nada

absolutamente nada

pero al menos la tarde
o la lluvia
o por ejemplo tú


o nada ni estas líneas
que no me igualan
los huesos
ni me duermen
por mi nombre ni me arrancan
de estas teclas ni pueden dejarme

atrás

contigo

ni encalar

las paredes pintadas del tiempo
para que no dijeran nada

nada

ni siquiera otro poema

nada

menos la vida desnuda


escapándose de ti
tú piel de letras heridas
de plástico en los dedos y ya no

me quede

nada.

domingo, 1 de junio de 2008



Se quedó tan lejos como un recuerdo cuando no se piensa en nada. Tan lejos como un capítulo prescindible, como ningún motivo. Tan lejos como decir la última palabra, como un Nunca pronunciado por el mar, como la vida cubierta de frío bajo una manta. Simplemente abrió los ojos en la oscuridad del dormitorio y descubrió que se había ido. Nadie la volvió a ver. Nadie supo cómo lo hizo.

jueves, 22 de mayo de 2008


Despertar en la boca del gigante. Tomarte el tiempo en el café. Hacerle esperar.

Elegir la música.

Veo una coreografía de multitudes en escena.

Llamo a la puerta
para salir al vacío.



Mil vidas posibles cada una de mil formas me reinventan en esta Manzana Grande donde los sueños se tiran de los balcones. Lamento mi ingenuidad, y me hace gracia. Podría elegir un banco en el parque, y dejar que las palomas se acercaran. Podría volver y podría quedarme. Podría contradecirme a cada segundo. Pensar que nada es r
egalado, que Tú no existe y sigue aquí, apurar el tiempo para hacerlo girar, eterno.

Tropiezo con alguien sin caer al suelo.

Congelo todos los árboles que voy amando y la calle del cartel, que habla escrito. One way hacia otro lugar. Otro más. One way, me dice grande, fabuloso, al dictado como una flecha decidida a clavarse en su diana que practique mis pasos a su ritmo, me dice. No duele. Te regalaré la brisa para que no te estorbe el pelo. Jugaré con los pliegues de tu vestido. Te protegeré con una noche rellena de luz y prometo que haré que te pierdas si me llegas a alguna parte. Soy el sitio al que puedes volver, pero no quedarte. Te digo que no me caben más recuerdos bajo las piedras, que me pisan el corazón inflamado de cimientos temblorosos no te quiero ver, seguir, tener, perder. Jamás te dejaré comprenderme por si consigo tenerte aquí. Por si quisieras marcharte.

Y pensar que quizá nada vuelva a ser como antes.

Renegar. Cambiar de calle.

Buscar alguna con más azul que darme.

Un hombre afortunado se asoma a la bocanada de aire. Lleva un traje desvestido de sus viejas costumbres. Tampoco come su comida. No mira hacia arriba desde hace años. Si asalto ahora el marco del momento, puedo preguntarle cuántas escaleras harían falta para ver el cielo. Me mirará con cara de incrédulo. Si las juntas todas, quizá. Si pudieras unir cada final y cada comienzo, alargando los brazos mucho, estirando las manos, así –soltará su comida. Abandonará su cartera- tal vez podrías llegar, pero sola no podrás hacerlo.

- Ayúdame tú, Incrédulo.

Incrédulo no quiere mirar hacia arriba. Se aleja. Regresa a algún hogar impreciso y perfecto. Suyo. Posible. Uno de tantos hogares carne de la fruta podrida y brillante de la tierra de nadie. Nadies aventurados en un cosmos de gentes entusiastas y cordiales. En un experimento del mundo hipnótico deslumbrante hipnotizado y yo, aplastada en este suelo, bebida por esta probeta, quiero irme de aquí mil veces y regresar y no poder quedarme ni que me quieras ni quererte ni dejar tantos amantes por tí, mi amor revuelto en la punta de todos mis dedos. Mis fieras despiertas y cruel y torpe, equivocándome poco a poco y sin freno, vuelvo a mi tierra conjurando.

Maldiciendo.

Abriendo los ojos en un día de horas más conocidas y mirándome al espejo. Llevándome en la piel el bocado ácido de la manzana,



extraño veneno.



martes, 13 de mayo de 2008

No sé.


Viajo a un lugar por primera vez, y sin embargo, voy de regreso. Sostengo el tiempo que circunda la maleta vacía que miro, que no va a volver. Apenas pienso en nada en especial. Si acaso en la necesidad de un cierre. En la extraña forma de los círculos. En lo lejos que queda el vacío y en la justa inconstancia de los sueños que echo de menos. Visto un color gastado sólo por invocar un recuerdo, pero no por nostalgia. Me dejo caer en la trampa porque ya no entraña riesgo y aun así me resisto y no la cierro. Me resisto a ser ni dentro ni fuera del círculo y la miro. No sé, me pregunto. Retuerzo los minutos. Tal vez. Al fin y al cabo, quién sabe en qué tipo de ser temerá convertirse.

jueves, 8 de mayo de 2008



Cuántas noches habrá vuelto por esa misma calle.

- Y cuántas noches más habré de volver por ella.

Ha querido sentarse sin nada que esperar, justo a mitad de camino, evitar llegar a casa. Retener un algo, redescubrir el mismo árbol, de ciudad, el color de sus hojas es verde.

Blanco, el de la piel de sus brazos contrastados en el asfalto. No son fuertes.

- Pero a veces, pueden contener un abrazo sin llegar a romperse. A veces vacíos, sin medida, pienso que podría abarcar con ellos un árbol inmenso como ése. Apoyar el oído en su corteza. Escuchar el latir sordo de un gigante.

Siempre está buscando, para no tener que encontrar. Eso también me lo dijo. Para no tener nada, que perder. Ahora sentada, está mirando hacia arriba. El cielo negro anaranjado recortado sí puede ser suyo aunque tenga cables y estrellas menudas emitiendo luz que llega a los cables que proyectan sombras invisibles en su cara con ojos abiertos y boca cerrada boca arriba. Tiene la esperanza de entender.

- Sólo por tener una esperanza. Con eso es suficiente. Alguien dijo alguna vez que todo es cuestión de fe.

Pero nadie sabe quién lo dijo. Se debe creer. Está sentada y respira un aire que no ve y que es demasiado para ser respirado y casi todo se le escapa y ahora no parece importarle. Piensa que el cemento está instalado en el claro de un bosque. Que las rosas se han infiltrado en los jardines. Que detrás del velo tenue que la rodea, hay un estruendo lejano de tambores rojos cardíacos locos ocultos en sus cavidades.

Y se resiste a volver a casa.

Yo la espero desde aquí, a que concluya el camino de vuelta. Nunca intento llamarla, para no romper el silencio. Le gusta distinguir entre todos los sonidos el rumor del mío y dejarse guiar por él, yo casi dormido pero quizá no lo escuche y estoy solo ella lejos sentada despierto no puede volver. Pienso nadie sabe quién lo dijo. Me concentro: sigo vivo.

Sigo

emitiendo

sonido.


domingo, 27 de abril de 2008



Los encontré no hace mucho, en un jardín.

Hacía frío.

Ella parecía disfrutar
(aún sigue creyendo que podrá saltarle).

Él parecía protegerse, asustado
(teme que el frío destruya su cuerpo de piedra).

Tan quietos,

diría que ya los había visto antes.

domingo, 20 de abril de 2008



Recordarás el estallido seco de la tierra.

Te hundirás en ella con los pies abiertos
y soportarás,

con la razón amordazada,

el latido de su terco corazón,

terco.

domingo, 6 de abril de 2008



Infinita lejanía la del abrazo que no aniquila al mundo.



lunes, 31 de marzo de 2008


Y dejarme caer en partes iguales.


Y acabar la tarde hueca y enmohecida.


Siguen viniendo, con más fuerza, a golpes en el vientre el hígado contra el corazón, la garganta contra la boca, los ojos retroceden, son bajos, hasta el centro del estómago oscuro, donde los párpados ya no son atravesados por el sol tardío.


Leo laberintos escritos en mi propio idioma.


Pienso en ti por anticipado, sin consuelo.


Vuelvo al momento justo de la vida, que aún no ha terminado, la mujer gritando generaciones enfurecidas a través de las piernas para darme la vida, el mandato de su eco perpetuado en todos los silencios menos vastos que la muerte, y yo, con tantos ruidos


curioseando en tu sombra de perfil no parece que se acabe adivinando si nosotros, que somos tantos


al menos podremos arañarnos



quién sabe.

sábado, 22 de marzo de 2008

Tres:


Dos:



Uno:



Cero.

lunes, 17 de marzo de 2008



Ángela tiene unos ojos increíbles. Cada uno de ellos tiene en el centro un círculo perfecto de color negro. El negro no es un color, porque se traga la luz, como la noche, aunque la noche tiene también puntos de luz, como los círculos negros de los ojos de Ángela de cerca son más grandes, y tragan más. No deben mirarse a la vez. Si los miras a la vez, te acribillarán, así que sólo estoy mirando uno, el izquierdo. Ahora es algo mayor porque en la mitad izquierda de su cara da la sombra. Me cuenta que está cansada.

- Y quién no -le digo a su ojo izquierdo, no a su oído- esta mierda nos toca a todos, ya lo sabes.

Cuando le digo ya lo sabes le estoy hablando a ella. Le estoy recordando cosas infinitas que ella sabe y resume en un ya, mientras fuma.

- Y tú, ¿qué tal?

- Me ha crecido un gato en la espalda que me está desgarrando la carne mientras hablo a tu ojo porque no he vuelto a hablar a ningún ojo aquí –pero esto no se lo he dicho- bien, genial.

El gato que me ha crecido en la espalda, dentro de unas horas será indomable, pero hasta entonces, podemos apurar el tiempo tomando café caliente a pesar de estar sudando, y comenzar a desgranar, al azar, cualquier cosa. Divertirnos. Silenciarnos. Escupir ideas sin orden de prioridad alguno ni que eso importe, porque una vez que comienzas a escupir, es difícil parar, aunque ya te hayas ido. Pueden haber pasado días y aún sigues intentando arrancarte el gato, ordenar las ideas (cuando intentas ordenar ideas, éstas se reproducen), llegar a ninguna parte conocida, acostumbrarte a sentirte satisfecha con todas ellas moviéndose aquí y allá como peces dentro de una pecera estanca dentro de tu cabeza detrás de los puntos encogidos que tienes en los ojos, que apenas pueden verse.

En la oscuridad, el círculo por fin se hace más grande. Puedes adentrarte en él, y nadar, abriendo la boca como un pez. Otra vez, nadar, beber, comer, otra vez, dientes, agua, fría, caliente, no es por los dientes. No es por el ojo ni por el asiento ni por estar ausente en el estanque todo lo que ves es silencio confundido pero no es muerte, no. Los bancos de peces girarán al tiempo. Yo sólo quiero estar allí para verlo.

domingo, 9 de marzo de 2008



Decía que de noche le crecían bolas de barro en las manos. Primero, decía que antes de dormir, le crecía algo. Más tarde, que eran bolas de barro.

Me gustaría saber si aún lo sigue pensando.

También que el tiempo se podía plegar con una pinza de tender la ropa. Apuntaba cada fecha en el calendario y luego, de vez en cuando, volvía las hojas hacia atrás, contaba los días sin marcar, hacía gestos indescifrables como si yo no estuviera (yo fingía no estar, como siempre), suspiraba como si el aire que tuviera dentro fuera un gas corrosivo e irrespirable, se dejaba caer, se levantaba, regresaba, sufría plácidamente.
Era envidiable.

A pesar de mi escepticismo, reconozco secretamente, que fue capaz de hacerme dudar. Afirmación que significa que ya la duda no es secreta. Ni tan siquiera duda. Por mucho que intente decir que no sé, que no afirmo, que no creo, lo cierto es que cuando abres la boca para decir quizá, justo en el momento en que tu lengua titubeante adopta la posición precisa, los labios se estiran, las cuerdas vocales se abren al paso del aire que sube del estómago y por tus labios comienza a salirse, primero lento, luego, rítmico, finalmente a borbotones tu pensamiento, da igual que siembres tu discurso de tantas vacilaciones como te sea posible, que evites mirar a los ojos que tienes enfrente, que juegues nerviosamente a sacarte la negrura de las uñas, da igual. A ese milagro de la duda que se escapa de tu boca, cuando ya no la puedes volver a tragar, a esa duda hinchada que ha sido lo suficientemente fuerte, no le queda más que hacerse certeza; a tí, sin embargo, no te queda más que esperar que se haga caso omiso al respecto.
No digo por tanto, que quizá pudiera plegar el tiempo.
No digo que pudiera convertirse en aguja de coser aquellos días separados en el calendario. Es sólo que, quizá creía que todo sucedía a la vez y a la vez era pasado, no sé. Tal vez, no era más que su manera de verlo, que por supuesto, yo no comparto. No es que piense que en el fondo, lo que has vivido siempre está ocurriendo porque la huella de la vida se acumula y no se borra y se te queda en la espalda cuando dices atrás, no. Ríes, y ya está. Ríes con la mueca torcida del llanto, repartiendo alivio. No agujereas el tiempo. Evitas llorarte a escondidas para que nadie entienda que así te sientes más viva. O más convencida, qué más da.

Y además, a quién le importa.

Seguramente, nunca le crecieron bolas de barro en las manos. Seguramente, dormiría con la cara hundida en la almohada, con los brazos pegados a su cuerpo recto, las palmas abiertas boca arriba y los dedos verticales, largos. Se diría que agarraba fuerte el hueco que se contenía en ellos y que apuntaban muy alto, más aún que el techo. Se diría incluso, que de haber tenido barro en las manos, se lo habría tirado a la mismísima cara del cielo.
bbb

lunes, 3 de marzo de 2008

bbb
Aún los pájaros, heridos por la luz

le siguen gritando a la madrugada.
bbbb
bbb

martes, 26 de febrero de 2008




Tiene que decirle que es como tener las tripas cogidas con tenazas.
Que le duele y no sabe dónde.
Tiene que alcanzarla antes de que cruce la calle. Tiene que detenerla y no perderla de vista entre la gente gris, la atmósfera gris, los días grises que le desdibujan el contorno que también es gris humo inhumano que ya no le cabe en los pulmones. Y decirle que tiene que decirle que su pelo es rojo.
Y que sólo ella tiene el pelo rojo.
Y que hace tiempo que ya nada es rojo.
Que rojo es saltar al vacío desde ninguna parte. Roja la sangre púrpura escapando de sus venas antiguas rellenas de nada. Su nada fiel nada acogedora su nada ni viva ni muerta su miedo aterrado y su patrimonio, su mimesis desbocada de sí mismo tan inmensa que le arranca y corre llamándola a gritos porque todo él se ha convertido en grito, en mimo en el desierto, en chillido de carne a través de leguas de tierra sembrada de masas mortales cubiertas de polvo que ni siquiera se ven, apenas se entienden pero se nombran y se saludan y se hacen llamar hombres. Hombres distintos. Colisiones de masas. Él persiguiendo un cabello rojo. Él cargando su propia gravedad de hombre colgado del revés ensartado en lo alto del pararrayos del tiempo que vuela, y lo sabe, y por eso corre aunque tropiece, aunque ruede por el suelo se levanta y sigue corriendo porque tiene que darle alcance. Debe conseguir que le mire, pedirle que le salve, decirle que le explotan los errores en las manos, que a nadie parece importarle que un cuerpo reviente en pedazos a su lado, cuando el cuerpo que estalla es una esfera grande y redonda de lluvia traslúcida con cientos de puntos minúsculos que dejan de ser músculo cárcel mentira epitelio para acabarse sin remedio a un latido de su meta dejándole sin alcance, ni salvación, ni cuerpo desintegrado con el sólo chasquido de unos dedos.
No es más que un crujido en seco. Más que sus huesos cayendo por el suelo, o un sonido.
Tal vez un final diferente, que también acepta.
Descansa.
Sonríe.
Imagina su huella inerte.

Aún no lo sabe, pero alguien se acerca.

martes, 12 de febrero de 2008



Martina siempre ha querido llamarse así, aunque no lo supo hasta hace unos días. Debía de ser por la mañana, porque el sol entraba por la ventana de la derecha, y cuando lo hace por esa ventana, normalmente colorea todas las cosas que encuentra a su paso tan firmemente, que las despierta.

A pesar del sol de aquella mañana, yo aún no había reparado en su presencia, porque Martina suele ser invisible y yo no intento buscarla. Además, a ella no le importa. A ella le preocupa más su nombre. Recuerdo que la última vez que hablé con ella, tratamos de encontrarle uno.

- Si fuera chico me gustaría llamarme Javier, me dijo.

En realidad, en aquella ocasión se llamaba Javier. Tenía unos preciosos rizos dorados que le hacían parecer casi diez años más joven. Me lo encontré por sorpresa proyectando sombras chinescas frente al sol de poniente. O eso creí yo, porque cuando me acerqué a preguntarle qué hacía, me dijo que juntaba las líneas de sus manos, para que tuviera sentido.

- ¿El qué? –le pregunté.

Me cogió las manos con las palmas boca arriba y me señaló tres líneas.

- No se tocan -le dije yo, mientras le miraba intentando averiguar a quién me recordaba.

- No importa –contestó, y cogiendo un lápiz rojo, unió dos de ellas- así ya sólo serán una.

Hubiera querido protestar. Aquellas líneas continuas me parecían una estafa. Una marca es como es, y yo tengo líneas separadas y son mías. Discontinuas, inconexas, finitas, mías. Mis manos pintarrajeadas no tenían más sentido, e intenté decírselo. Intenté detenerle. Intenté explicarle, mientras dibujaba, que a veces las cosas son como son, y no puedes inventarlas. Quizá le hubiera convencido, no lo sé, porque no fui capaz de pronunciar palabra alguna. Cuando terminó, giró las muñecas, y me enseñó sus palmas.

- Mira.

Eran tan blancas y tan finas que se podía ver la tierra a través de ellas, como cuando miras a través de un cristal sucio. Sobre el cristal sólo había un largo trazo rojo que él mismo se había pintado. Abandoné la idea de hacerle más preguntas, y él, ignorando mi mutismo, soltó mis manos, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, y me confesó cabizbajo que no sabía cómo le hubiera gustado llamarse de haber sido chica. A mí me parecía una idea absurda, pero barajamos algunos nombres sin mucho acierto. Quizá durante mucho tiempo. Luego estuvimos hablando de él. Me contó que era feliz, que viajaba y sabía idiomas, que no solía tener miedo, y que se sentía libre. Yo estuve escuchándole hasta que volvió a hacerse de noche, y luego, le olvidé para siempre.

Como iba diciendo, aquella mañana yo me dedicaba a esperar que se vaciara la pereza en el desayuno. Si alguien hubiera podido verme por un agujerito, seguramente habría pensado que todo iba bien. Acto seguido, se habría aburrido y habría buscado otro agujerito por el que observar a alguien más atormentado. Y no le culpo, a veces la paz de los demás puede resultar desesperante. Quizá por eso la gente elige la soledad para evadirse, para así no aburrir a nadie. Quizá por lo mismo por lo que se elige el silencio para oír mejor. Un silencio en el que un quiero llamarme Martina susurrado al oído hace que te incorpores de un salto.

Fue entonces cuando la vi. Supe de inmediato que esta vez me resultaría más difícil ignorarla, porque ahora había encontrado el nombre que le faltaba. A juzgar por el tamaño de sus ojos, esta vez debía de ser una niña. Estaba de pie junto a mí, y aunque parecía más alta, apenas me llegaba a la cintura. Creo que esperaba que le dijera algo, pero no lo hice. No creo que comprendiera que ella era una intrusa, y que yo no soy amable con los intrusos, pero aun así, no pareció decepcionada. Incluso aunque parecía casi tan real como yo. Cuando empezaba a albergar la tentación de acercarme, di un paso atrás, me concentré, miré más allá de ella, y comenzó a desaparecer.

Tardó más tiempo que otras veces en borrarse, pero creo que no le dolió. Ni siquiera se dio cuenta. Mientras Martina se desvanecía, estuvo jugando a pintar animales con acuarelas y sonreía para ella, sin mirarme, hasta que no quedó nada. Luego, recogí los platos del desayuno.

Para entonces ya estaba olvidada.

domingo, 3 de febrero de 2008



Has regresado de tu propia ausencia
trayendo contigo el tiempo
al lugar del abrazo

donde tu pecho avanza pero también cede
ante lo vasto de este hemisferio
y su minúsculo dominio
que se transformará mañana
llenándose de fieras infantiles

y se declarará país
sólo lo que quepa en un rectángulo
y tú estarás entre el gentío
y tirarás piedras a escondidas
y porque puedes marcharte aguantarás aquí

con el frío que hace

cuida que nadie te vea
cruzar los dedos de las manos
cuando afirmes que no te lo preguntas


pero hazlo


cuídate de lo ajeno y la amargura
porque aún desconoces
la magnitud de tus dudas


(pero tú al menos sí que lo sabes).

viernes, 1 de febrero de 2008




Lo intento
de verdad que lo intento
pero a ratos la pausa
del mundo
la tregua
la soledad de mi palco está

en el final
y en el comienzo a pesar
del pie que dejo desnudo

le digo que no es mi culpa
que no lo entiendo
que no me queda tiempo que siguen

la vorágine
el letargo
los abortos

la recaída la sed
y la piel
repito
la piel
también es un órgano

un empacho de pájaros
(demasiados)
la caza del pez encendido
la ingravidez que me mueve
y me tapa la boca

y el dedo levantado
para que te estés quieto

pero ya estás quieto

para que no te vuelvas
para no pierdas espacio porque voy

estoy

soy

revivo.

sábado, 19 de enero de 2008


No puedo negar
la densidad de la materia
acumulada
inexpugnable,
el óvalo sumergido
por los lados
silente confusión
sin paso a través
del día,
finjo el color
amarillo
y acierto
y adentro
el ácido bombeando
porque ahora sabe y tiene prisa
y mil palabras, doce meses
una vida
un pensamiento esférico
un amanecer rasgado
y mi parte es la línea
digo
suficiente,
para estar pidiendo demasiado.

jueves, 10 de enero de 2008

Dos

Hubo una vez un hombre desigual. Así lo llevo en mi mente, aunque no creo que él estuviera de acuerdo. Él vive ahora en mis venas y mis insomnios, en mi color de ojos, en el tamaño de mis huesos. Puedo sentir su voz adentro, a veces remordimiento, a veces pregunta, a veces lección número uno: inglés con un vaso de leche y galletas.

- Vicky, ¿qué dice aquí?
- Bat-bould-you-tink-if-i-sang-out-of-tune
- Significa “¿qué pensarías si cantara fuera de tono?”. Escucha.

Tras la breve estática de la aguja sobre el vinilo, apareció la voz de Ringo. Acababa de comprarse el Sgt. Peppers en una tienda de discos de Barcelona, y durante el tren de vuelta a casa, se le ocurrió que podía comenzar a enseñarme el idioma a partir de la música de los Beattles. Me conmueve recordar cuántas cosas quería enseñarme. Ya había conseguido que memorizara poemas enteros de Machado y Miguel Hernández, que supiera señalar el esternocleidesmastoideo, y que resolviera la fórmula del área del círculo, cosa que dio lugar a una tensa discusión con mi profesora, la Señorita Lydia.

La Señorita Lydia ya sabía de su afición por saltarse a la torera el programa escolar, y, en cierto modo, la aprovechaba. Aún tengo grabada la imagen de mis zapatos de plantilla sobre la mesa de la Seño recitando la Elegía a Ramón Sijé, para que los niños se estuvieran quietos y se echaran la siesta. Pero, la geometría ya era demasiado. Le dijo que no debía interferir en mi enseñanza, que en clase me aburría y alborotaba, y que algunos niños me veían como a un bicho raro.

Y eso, no era bueno.

Ofuscado, me cogió de la mano y salimos de allí. De nada valió que mi madre le dijera que yo no era más que una niña, ni que el director me quisiera cambiar de curso. Durante años seguí descubriendo sobre sus rodillas todo lo que más tarde volvería a aprender, es cierto, pero, en otros sitios, con otras gentes.

Llegado el momento me dejó ir.

Luego él se fue.

Y desde entonces, sigo cantando

A little help from my friends,

aunque ya nadie me bese en la frente.