martes, 30 de diciembre de 2008



Monet agoniza sobre el radiador. Ya no hay más tiempo. El lago del este soporta un crepúsculo sereno y fantasmagórico. No es quizá la mejor despedida. Ninguna lo es, pero, bien mirado, tampoco hay un adiós en esto.

Monet no me gusta, ni tú.

No es cuestión de paisajes ni de trazos. Me gusta la paz de lo propio y la carne en la boca de lo ajeno. Nada personal, por eso invito a Frida para el próximo año, porque mirando sus lienzos vivos se me antoja un pulso de cuerda que tal vez nombre con rigor algún mes de los que vendrán por delante. Retratos gruesos o niños con calaveras. Algo que recordar y que no esté encharcado.

Te expulso de aquí dos días antes. Primero cumpliré mi servidumbre contigo y haré diagnóstico terminal de tu paso (dijiste plazo, mejor). No voy a escaparme quédate tranquilo. Enferma estoy de ti aunque desaparezcas y vuelvas con otro nombre y otro cuadro, una pila de años amontonados en láminas satinadas de las que me río desde la tumba por adelantado. No soy tú, y hago lo que me dictes. A veces me peleo contigo y te doy puñetazos en el pecho ese que te imagino porque no te acabo de poner rostro. Luego me calmo, ya lo sabes, y caigo en un sueño profundo. Supongo que no soy la única y no te importa, así que déjame arrancarte un poco antes. Te sobra reino para cederme esta victoria.