miércoles, 12 de septiembre de 2012

Marilyn y la tragedia






Era Marilyn segundos antes de besar a un joven actor y era el cámara, la claqueta, el director, el productor y todo el que pasaba por allí. Era el pendiente de brillantes y los labios semiabiertos. El cigarro de después por anticipado aunque no fuera más que un cigarro para después de un simple beso, que un beso no es nada y a ella la encontraste en la calle. Era la visible erección en la bragueta del hombre casado y la locura de la lámpara que ilumina una noche de insomnio, porque se pueden tener noches de insomnio aunque el mundo no se esté cayendo ni el World Trade Center aplaste a Nicolas Cage del todo, noches, como estampitas coleccionables para el álbum de los horrores, aquí las del deseo, éstas las de la soledad, las de la abulia o las del verso y todas distintas y repetidas tantas veces, como un buen catálogo que puedes hojear en casa cuando no te apetece hacer nada, y piensas a la vez en todo, y a la vez lo eres todo, y cuando digo todo me refiero a absolutamente todo. No sólo lo que miras sino también lo que no ves, el pálpito que invisiblemente te va acercando a la tragedia.