Era Marilyn segundos antes de besar a un joven
actor y era el cámara, la claqueta, el director, el productor y todo el que
pasaba por allí. Era el pendiente de brillantes y los labios semiabiertos. El
cigarro de después por anticipado aunque no fuera más que un cigarro para
después de un simple beso, que un beso no es nada y a ella la encontraste en la
calle. Era la visible erección en la bragueta del hombre casado y la locura de
la lámpara que ilumina una noche de insomnio, porque se pueden tener noches de
insomnio aunque el mundo no se esté cayendo ni el World Trade Center aplaste a
Nicolas Cage del todo, noches, como estampitas coleccionables para el álbum de
los horrores, aquí las del deseo, éstas las de la soledad, las de la abulia o
las del verso y todas distintas y repetidas tantas veces, como un buen catálogo
que puedes hojear en casa cuando no te apetece hacer nada, y piensas a la vez
en todo, y a la vez lo eres todo, y cuando digo todo me refiero a absolutamente
todo. No sólo lo que miras sino también lo que no ves, el pálpito que
invisiblemente te va acercando a la tragedia.