martes, 4 de diciembre de 2012

Filetes de plástico





Les veo sonreír en la pantalla plana de la cafetería del VIPS. Es una de esas pelis en technicolor del Hollywood de antes, donde las mujeres tienen cinturas imposibles y faldas vaporosas y buscan marido, y los hombres visten trajes y son empresarios o detectives aparentemente fríos pero que en el fondo están enamorados de la chica. Les veo sonreír y bailar. Bailar y sonreír. Por suerte o por desgracia mi filete tarda una eternidad en venir y la película está subtitulada. Dice el diálogo:

- ¡Oh Bárbara! No desesperes. Encontrarás un marido rico, ya verás. No es tan difícil. Al fin y al cabo amar a un hombre rico cuesta lo mismo que amar a un camionero.

La Bárbara en cuestión se consuela en las palabras de su amiga y se abrazan y lloran y empiezan a cantar, con sus peinados de rulos y su maquillaje blanquísimo y sus boquitas rojísimas. Hay más amigas que se unen a la fiesta y cantan y hacen piruetas para animar a la pobre chica y convencerla de que algún día, ¡sí!, encontrará un marido rico, pero entonces pasa por delante de la pantalla el camarero que reparte las comandas de la barra: una ensalada, un sándwich y mi filete, que como era de esperar parece de plástico.  Caigo en la cuenta de que hoy no han puesto el telediario. Todos empezamos a comer como si no hubiéramos notado nada.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Un fragmento de lo que piensa Sofía




Creo que sigue aquí por la música y por los chavales que cada tarde saltan al mar desde el malecón. Mantiene la compostura, la mirada serena, el pelo blanco a lo garçon y un librito cuya lectura interrumpe cada vez que el griterío de los chicos se incrementa o alguna ola bate con fuerza en la escollera. En contra de lo que piensa Sofía, yo creo que ya no espera a nadie, y mucho menos a otro mulato que le remueva el mambo como  pretenden la mayoría de las turistas que cada lunes recalan en los hoteles de esta ciudad de jineteros con más hambre que alma, y con oficio suficiente como para hacer bailar el corazón más precavido al son que ellos le marquen.

martes, 16 de octubre de 2012

Algo había que hacer para alegrar la mañana



- No voy a morir.



- ¡Oh! ¡Es cierto! ¡Eres indestructible!



- Te lo dije, nena.



- Ya, pero... yo también quiero serlo...


miércoles, 12 de septiembre de 2012

Marilyn y la tragedia






Era Marilyn segundos antes de besar a un joven actor y era el cámara, la claqueta, el director, el productor y todo el que pasaba por allí. Era el pendiente de brillantes y los labios semiabiertos. El cigarro de después por anticipado aunque no fuera más que un cigarro para después de un simple beso, que un beso no es nada y a ella la encontraste en la calle. Era la visible erección en la bragueta del hombre casado y la locura de la lámpara que ilumina una noche de insomnio, porque se pueden tener noches de insomnio aunque el mundo no se esté cayendo ni el World Trade Center aplaste a Nicolas Cage del todo, noches, como estampitas coleccionables para el álbum de los horrores, aquí las del deseo, éstas las de la soledad, las de la abulia o las del verso y todas distintas y repetidas tantas veces, como un buen catálogo que puedes hojear en casa cuando no te apetece hacer nada, y piensas a la vez en todo, y a la vez lo eres todo, y cuando digo todo me refiero a absolutamente todo. No sólo lo que miras sino también lo que no ves, el pálpito que invisiblemente te va acercando a la tragedia.


miércoles, 22 de agosto de 2012

Pensamientos circulares II




Un día aparecen en la orilla rojizas, silenciosas, medusas. Y la playa se convierte en una cacería de tentáculos marinos. Bajo el sol de mediodía se ven niños con redes y madres que guardan sus capturas en botellas de plástico: amasijos de diez, treinta, cincuenta medusas agonizantes se reparten por la playa hasta donde alcanza la vista. Un trasiego interminable entre la arena y el agua. Una limpieza incansable hasta que por algún azar un niño tropieza, le da una patada a una botella y vierte las medusas sobre la arena, cerca de la orilla, en el límite mismo del agua. Allí donde llega el oleaje como una lengua que lo devuelve todo al estómago del mar.

domingo, 19 de agosto de 2012

Un algo





Volver habiéndonos dejado atrás un algo.

Un cajón que se quedó sin abrir
el cristal de la mesa las huellas y el polvo
la forma que adoptaba la orilla
como una pregunta, qué sé yo
como un algo que no respira, un barco
que no deja de partir
a veces
cuando el mar está en calma
podemos llegar a verlo
desaparecer sobre un dudoso horizonte.

domingo, 20 de mayo de 2012

Pensamientos circulares



Si esto fuera una noche fría de invierno, y en lugar de mayo fuera enero, y si la gente de la calle caminara agarrada a sus abrigos y a paso rápido, y helara sobre los tejados y en la casa hiciera frío, y yo me levantara a mirar por la ventana envuelta en una manta en vez de hacerlo descalza y vestida con un simple camisón, empañaría los cristales con mi aliento y dibujaría con el dedo un círculo sobre el vaho. Luego desearía que llegara la primavera y el calor. Por eso sé que no es invierno.

jueves, 17 de mayo de 2012




Madrid no es como Texas, ni como el Sáhara, ni está surcada por líneas de alta tensión sobre viejos postes de madera. Tampoco suelen verse tormentas de arena ni pueblos fantasmales y si, por casualidad, encuentras un rincón vacío a altas horas de la madrugada o notas en la piel el picor del polvo acumulado en el aire, lo percibes enseguida como algo artificial, hiriente.

Dicen que hoy la acumulación de partículas en el aire es cuatro veces mayor que la máxima permitida, pero desde aquí dentro no lo parece. Desde aquí dentro una madre sostiene a su hija en brazos y le cuenta el cuento de La Sirenita mientras espera el autobús. Me pican la piel y los ojos y peleo con cremas de farmacia para no sentir que yo también puedo estar volviéndome polvo, que yo también voy dejando un reguero de células muertas en parte como el cuento que termina, como la descendencia que termina. Llevados en una nube de tormenta que nunca descarga aquí, porque esto no es como Texas.

jueves, 10 de mayo de 2012



Eso de ahí arriba es una luna llena de agosto y estás en lo alto de una torre vigía del siglo XVII que a su vez está en lo alto de un acantilado sobre el Mediterráneo. Sopla una suave brisa del Este y abajo las olas rompen en las rocas y dejan regueros de espuma que flotan en la oscuridad. Te cuentan historias de piratas y naúfragos y esclavos que llegaron a estas tierras, pero nada de eso parece que exista ya. Tú sólo cierras los ojos, y los abres, y los cierras, y sigues viendo la misma luna y el mismo mar y no distingues claramente si los tienes ahí fuera o están dentro de tu cabeza. Podrías tratar de pensar en cosas como por ejemplo la eternidad o el bombeo de la sangre de un cuerpo; y si ese bombeo va acompañado de luz, y si es así cuándo se apaga, pero no: tú sólo parpadeas a intervalos lentos hasta que en uno de esos parpadeos te das cuenta de que de repente ha aparecido el mundo.


miércoles, 2 de mayo de 2012




Sin embargo, a veces podemos oír cómo nos va abandonando en el silencio.
Cómo se aleja lentamente y en su lugar
ya no va quedando música,
ni calor,
ni nada.


jueves, 22 de marzo de 2012




Funciona así: te despiertas en la seguridad de tu cama, te arrastras hacia la rutina de las primeras horas del día laborable tipo ducha, café, pereza. Antes o después tu cabeza se reúne contigo. Puede suceder durante el trayecto al trabajo, o tal vez pudo ser mientras el agua caliente te empapaba la nuca y por eso no te diste cuenta. Ahora miras fotografías en internet sin mucho interés, navegas entre imágenes muertas. Piensas en palabras como precipicio (por el que caminamos, que nos construimos), recuerdas que una vez soñaste que las paredes de tu estómago estaban llenas de mordeduras de rata. Asientes con la cabeza. La foto de Hitchcock puede valer para, concretamente, nada. Este párrafo sin ir más lejos.

Piensas de nuevo en la seguridad de tu cama y en que nada debe ser más parecido a un vientre materno por dentro. No es sólo cuestión de tener sueño, de la vieja tarea de despegar todo lo que tiene que ver con la noche de todo lo que tiene que ver con el día. Es más bien cuestión de poner orden en la lista de los asuntos de siempre. Piensas en el naúfrago que achica agua de su barca en plena tormenta. Piensas en cualquier cosa que no sea poner orden porque es absurdo, porque te guste o no, se ha hecho de día y no hay ratas en tu estómago ni precipicios ni todos esos asuntos que tampoco importan tanto, qué más da. A fin de cuentas a alguna parte siempre se llega a la deriva.


jueves, 15 de marzo de 2012



(Foto de Manuel Barbancho, mi abuelo paterno)

Yo no viví la guerra ni tengo mucha idea de ella. Lo que sé lo aprendí en los libros de texto y a través de lo que contaron mis abuelos, que no fue mucho. Siempre tuve la sensación de que no se sentían cómodos contándoles horrores a los niños. A veces se les perdía la mirada y les temblaban las manos.

Así, entre retazos de conversaciones, pude ir conociendo algunos episodios. Supe que mis abuelos estaban en el bando republicano. Que a mi abuela Concha le dieron un tiro en la pierna y por eso llevaba muletas y tenía aquel agujero debajo de la rodilla. Que luego estuvo ingresada en el Hospital de Málaga cuando el bombardeo, y tuvo que huir y volver al pueblo andando. Que mis abuelos Alfonso y Manuel estuvieron en la cárcel. Que este último tuvo en la celda de al lado a su padre, mi bisabuelo, que murió de hambre, y que mi abuela Emilia servía por entonces en una casa bien donde pudo refugiarse hasta que las cosas se calmaron. Estas y otras cosas las supe por comentarios que yo no debía oír. Nunca me atreví tampoco a preguntarles.

En general nadie lo hacía. Nadie quería hacerles escarbar en aquellos recuerdos, pero a veces ellos contaban. Una vez mi abuelo Manuel lloró al confesar que todavía le despertaban en la noche los gritos de agonía de su padre pidiendo comida desde la celda de al lado. Luego se dio cuenta de que yo estaba presente. Calló. Apretó los labios y no dijo nada más. Fue la única vez que vi a alguno de ellos llorar.

Yo no sé mucho de la guerra. Tuve suerte de nacer más tarde. Mis abuelos ya no viven y su memoria se perdió con ellos, sólo quedan las pocas cosas que nos contaron. Sin embargo, todo lo que nunca dijeron, todo el horror con el que no quisieron envenenar a sus nietos me acompaña todavía en las cicatrices que vi y en el dolor que atenazaba su silencio. Un silencio con el que se trata de enterrar las cosas que no pueden descansar en paz y son escupidas por la tierra.

martes, 31 de enero de 2012




No conozco a nadie que no haya querido ser alguna vez como ese pájaro. A nadie que no haya soñado nunca con volar, cada cual sobre su propio cielo, en su propia materia inventada. Algunos en horizontes demasiado lejanos, otros no tanto. Hay quien jamás lo reconocería, pero todos hemos querido serlo, aunque fuera por poco tiempo, aunque para recordarlo haya que remontarse a la infancia, incluso aunque haya quien lo ha olvidado por completo: todos queremos serlo, me dijo, simplemente, como si se avergonzara de lo que acababa de decirme y quisiera darlo por concluido.

La bandada giraba sobre su cabeza mientras hablaba.

martes, 10 de enero de 2012

Seis





La llaman La Bóveda Celeste pero no por su color (dirías tú), sino por su ser relativo al cielo. Desde su interior parece más oscura y no se distinguen bien los símbolos que a modo de estrellas dejan pasar la luz. Ecuaciones matemáticas sobre fondo casi negro, casi imperceptibles. Día de sol y frío en esta ciudad en la que aún permanezco.

Que no sea color celeste (y falte tu dedo señalando), o que no sea más que una cúpula que alguien ha puesto en pleno Retiro; que no la hayas visto o que no te piense en algún lugar, celeste también, porque tú no quisiste que te pensara, no me vale hoy de mucho. A veces, ya ves, caigo en la tentación de hablarte y de hacerlo mirando al cielo (permíteme la desobediencia), olvidando aquel polvo inconsistente que derramé al pie de una encina cualquiera cuya ubicación no quise recordar y no recuerdo.

Era lo que tú querías (lo sé bien), solo que dentro de lo que nadie jamás quiso. Dentro del empeño y de la rabia (siempre disfrazada), del valor (a veces débil), y de la imposible despedida (qué decir). Más adentro que aquellas mismas raíces, sucede que, seis años después, vengo a decirte que no quedaste allí, en aquella tierra. No todo se extinguió ni se quedó en silencio, sino al contrario. Vengo a decirte que con el paso del tiempo existes.

Así con los cambios y las rutinas, con las ideas y los males existes. Con forma de recuerdo pero también como sangre, piel, acto. A veces una página, una firma con un nombre que sigue tan vivo como todo lo que ocurre en este trozo de mundo que, testarudo, parece que aún quisiera llevarte la contraria, hombre clavado en su cama. Sobra cualquier cielo para decirte que no todo terminó para siempre y que puede que nunca termine (qué remedio). Será que hasta en eso la vida nos lleva la contraria.