domingo, 21 de febrero de 2010



Fausto no existe y a mí me sobra la lluvia. Su país vive de espaldas al tiempo del este y desborda los pies como un niño a lomos de un océano. Porque Fausto no existe.

Lo sé.

En la frontera del amor se viaja en asientos de terciopelo gastado. De reojo, fotogramas. Una mirilla proyecta recuerdos y dudas veinticuatro horas al día. Escuché su nombre en algún lugar de mi memoria por error. Miré sobré mi hombro y alcancé a entender el llanto de las piedras.

Decidí que Fausto no existe.

Seguí rodando.

Cayó una tarde pesada como un reloj sonámbulo. Cayó una noche atlántica en una balsa de madera. Tú tienes el olor de la madera joven y yo la cárcel del atlántico que no discrimina verdades. A veces te confundo con cosas que tenía. Sigo rodando. Recito contigo el salmo de las piedras. Sé bien

que Fausto no existe.

Sé bien que me pinto los labios y escucho caracolas. Que más vale huir que haber perdido. Tiro el desayuno y la cena en lugares que no conoces y me sorprendes atando fresas a un arbusto artificial. Con el paso de los años descubrirás la luna de tu memoria en mi vientre. Todo cambia. Ten cuidado.

Al otro lado de la mirilla Fausto nos está observando.