jueves, 22 de marzo de 2012




Funciona así: te despiertas en la seguridad de tu cama, te arrastras hacia la rutina de las primeras horas del día laborable tipo ducha, café, pereza. Antes o después tu cabeza se reúne contigo. Puede suceder durante el trayecto al trabajo, o tal vez pudo ser mientras el agua caliente te empapaba la nuca y por eso no te diste cuenta. Ahora miras fotografías en internet sin mucho interés, navegas entre imágenes muertas. Piensas en palabras como precipicio (por el que caminamos, que nos construimos), recuerdas que una vez soñaste que las paredes de tu estómago estaban llenas de mordeduras de rata. Asientes con la cabeza. La foto de Hitchcock puede valer para, concretamente, nada. Este párrafo sin ir más lejos.

Piensas de nuevo en la seguridad de tu cama y en que nada debe ser más parecido a un vientre materno por dentro. No es sólo cuestión de tener sueño, de la vieja tarea de despegar todo lo que tiene que ver con la noche de todo lo que tiene que ver con el día. Es más bien cuestión de poner orden en la lista de los asuntos de siempre. Piensas en el naúfrago que achica agua de su barca en plena tormenta. Piensas en cualquier cosa que no sea poner orden porque es absurdo, porque te guste o no, se ha hecho de día y no hay ratas en tu estómago ni precipicios ni todos esos asuntos que tampoco importan tanto, qué más da. A fin de cuentas a alguna parte siempre se llega a la deriva.