domingo, 25 de septiembre de 2011





Y qué más puede hacer alguien como yo cuando alguien como tú se le desborda
y descubre entonces 
la cruel vulgaridad que habita en todas las palabras.


miércoles, 16 de febrero de 2011

Castillos de arena



Una a veces olvida que siempre hay una primera vez para todo, o que puede que la vuelva a haber. Abrir una página cualquiera, cascar una nuez, quedar con un viejo amigo. A saber. Tantos días después de verle aún sigo pensando en ello. Su manera de decir cambiaste.

Que cambié, quiso decir, con el tiempo. El largo paso de estaciones. Esa sucesión de acontecimientos inesperados desde, por ejemplo, aquel día –mostrador de aeropuerto mediante- en el que nos vimos por primera vez. O eso creemos. Horas antes me habían quitado en el control un bote lleno de arena. Era una de esas arenas blancas y perfumadas que parecen polvo de talco, contenida en un improvisado bote de galletas. No sabría decir para qué.

Le dije: ¿sabes que está prohibido sacar arena de una isla?

Prohibido significaba que revolvieron mi equipaje y extrajeron de él aquel bote transparente con su gruesa tapa de color marrón. El agente lo inspeccionó y, con cierto hastío, me dijo que tenía que requisarlo. Luego lo depositó en un contenedor lleno de objetos inútiles. Bajo la luz fluorescente, brillaba.

- ¿Y para qué querría alguien llevarse arena?

- No sé, para hacer un castillo, o para llenar ceniceros. Era bonita.

Creo que le gustó mi respuesta porque sonrió. Supongo que resulta divertido imaginar un castillo de arena decorando un piso en Madrid. Luego seguimos charlando entre tránsitos y avisos por megafonía; bandejitas de autoservicio y mesas de plástico. Vuelo, aterrizaje, intercambio de teléfonos, despedida. Cuando recibí su mensaje acepté la invitación sin dudarlo. Hace ya varios años de aquello.

Cambiaste, me dijo hace unos días. Y viajo a aquel contendor donde un bote de arena permanece inmóvil mientras me alejo. Prohibido sacar arena, me digo.

Pero nunca volví a intentarlo otra vez.

Tal vez se refiera a eso.

jueves, 20 de enero de 2011


He leído uno a uno todos los poemas de entonces

aquellos que lanzábamos al aire

como pesadas balas de humo

sólo por el hecho

de lanzar

aquellos poemas

del grito y la convulsión

con los que inundamos las calles

y las ahogamos por completo

los de la primera herida en la primera carne

la que más duele

la que prueba su grosor

y se envilece. He leído

palabras escupidas, mordidas, ultrajadas

versos que jurábamos cumplir bajo pena de muerte

juramentos poéticos y alas

el éxtasis como único argumento

otra juventud perdida

que condenar por una boca

y entre sus labios

la promesa de sentir

tanto como un pulso pueda dar de vivo. He leído

que apostábamos dolor

cuando la otra opción era el olvido

que no hubo salvación para nadie

uno a uno, todos los poemas

arrojados por el ventanal de un tiempo

que nos enseñó a morder

a estar hambrientos

que nos hizo ver que volar es un derecho

que no está reservado a los cuerdos.


(A ellos y ellas, cuando lo fuimos)

viernes, 14 de enero de 2011



Llegué con toda la agonía de la que es capaz -escapar- el Madrid inoportuno del nunca es suficiente si puedes tener más.
Llegué con un zumbido de colmena dentro de un estómago hueco.
Llegué siendo mi ausencia, sin querer escribir ni ser.
Sin creer en el tiempo como mejor aliado.
En la nada como único remedio.
Para ser sincera, aun no sé si lo sigo creyendo.
Pero Madrid está lejos, y aquí hace siempre calor.
Y del norte viene un regalo con la forma de una amiga.
Y las ciudades pueden ser ocres o rojas.
Bulliciosas, arraigadas o tranquilas. Como todo.
Cada rincón es un misterio que anhela ser descubierto.

lunes, 10 de enero de 2011

Cinco

El hombre que estaba sentado a mi lado dijo que la gente no olvida, que simplemente toma la actitud de pensar en otra cosa. El vagón comenzó a moverse y yo fingía no escuchar su conversación. Luego dijo escúchame, déjame hablar, nadie se ha olvidado de tí. Se rascaba la cabeza.

Ojalá yo pudiera decirte lo mismo.

Nunca es el olvido sino el tiempo, lo cotidiano, las cosas. Ojalá pudiera decirte que aunque cada vez me cueste más aún consigo recrearte en ese espacio de mi memoria en el que jugamos a las palabras y me preguntas qué tal todo. Qué tal cinco años de vida que sigue como puede sin que tú lo sepas, y que sigue sumando, y seguirá. Contarte.

Que nada es lo que era, que me hicieron daño, que me hiciste falta y no sé cómo aún sigo aquí. Contarte que no habrías podido evitarlo. Dejar que se te agrave la expresión, llorar de nuevo. Recordar. Recuerdos.

El columpio que colgaste de la higuera del huerto.

Los Cuentos al Amor de la Lumbre.

La bicicleta oxidada en la que ibas al trabajo.

Tus ojos azules cuando temblaban de miedo.

Sin más, tus ojos, cuando te digo que hoy se cumplen cinco años y que ya no pienso mucho en tí, pero te recuerdo.

Cuando te digo que la gente no olvida, que simplemente toma la actitud de pensar en otra cosa

que haga más fácil seguir viviendo.